Tras mi paso por la Rioja hace unas semanas, y disfrutar de unas maravillosas “vacaciones enoturísticas”, me empapé bien del mundillo de las bodegas y vi algunos detalles que me parecen de lo más curiosos y dignos de ser contados.
Pues bien, como casi todo el mundo sabe, la Rioja es especial por muchas cosas pero especialmente por sus vinos. Tanto es así que pisar las calles de su provincia es sinónimo de caminar sobre adoquines en forma de racimo de uvas. Las hojas de parra se convierten en jabones y las barricas en originales macetas. El amor por la cultura vinícola es palpable en toda la región. Todo incita al vino, como si de mensajes subliminales se tratara. Es por eso que si viajas a la Rioja, no debes dejar pasar la oportunidad de visitar alguna de sus bodegas y practicar enoturismo. Así lo hice, y os lo puedo asegurar, es una auténtica gozada ver y comprender el complejo proceso que permite extraer de un viñedo una copa de vino. El tema que quiero compartir hoy está relacionado, obviamente, con el vino, pero también con la actividad turística en general y ahora veréis por qué.
Como ya os comentaba, en la Rioja existen muchas bodegas que permiten al turista ser partícipes del proceso de elaboración del vino. Esto gusta y tiene éxito, principalmente, porque es una costumbre arraigada a nuestra cultura que enseña in situ cómo desde centenares de años se ha fabricado este producto. Por lo tanto la importancia histórica y actual del vino se convierte en oferta turística, en este caso en forma de bodega. Ahora bien, ¿cómo se gestiona una bodega con visitas turísticas? ¿son todas iguales? ¿es real y auténtico lo que se muestra?
Desde mi punto de vista, las bodegas están muy bien gestionadas y el producto turístico creado alrededor del vino funciona cada vez mejor. Pero hay detalles que marcan la diferencia y por eso creo que no todas son iguales. La diferencia principal es que unas han sido adaptadas para ser visitadas y otras creadas para turistas. Es decir, existen bodegas antiguas con mucha tradición abiertas al público que te enseñan el proceso y fabricación de su vino y otras creadas a partir del éxito del enoturismo. Estas últimas coinciden en tener demasiada parafernalia alrededor del vino. Pueden resultar majestuosas y muy atractivas, tienen diferentes horarios, modalidad de visitas, espacio para autocares y souvenirs preparados, pareciera ser, para las masas.
Las dos opciones coexisten y tienen lugar, prácticamente, una en frente de la otra. Esto no tiene por qué ser negativo, al contrario, siempre y cuando el turista comprenda el juego. Puede resultar interesante conocer ambas, pero teniendo en cuenta que no siempre lo más cómodo o lo más vistoso es realmente lo auténtico de toda la vida. Cómo pista, os diré que en unas percibes el olor inconfundible a madera y en otras multitud de luces y estructuras metálicas.
Según me contaban amigos y conocidos que han visitado varias bodegas, y por mi propia y humilde experiencia, queda claro que en la mayoría de las ocasiones, por no decir todas, lo auténtico es sencillo y se valora mucho más. Si en el viaje vas buscando conocer un ritual antiguo, en mi caso la elaboración del vino, es más gratificante que te lo cuente un bodeguero experimentado que un guía con el texto aprendido (sin menospreciar su trabajo). Podemos aplicar esto a cualquier producto turístico, ¿no creéis?, a mí se me ocurren unos cuantos ejemplos…
En conclusión y como consejo para cualquier turista, si se quiere conocer una cultura, una costumbre, un oficio antiguo, una ciudad, qué se yo… cualquier cosa, no nos quedemos sólo con “lo más turístico” y busquemos, allá donde estemos, las cosas más sencillas pues quizá es ahí donde se encuentra la auténtica experiencia turística.
Imagen: muchoviaje.com
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Bloguer, viajera, creativa. Formada en turismo y Marketing Online, enseñando y aprendiendo cada día. Actualmente profesora y Community Manager en AulaCM
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