Slow Travel, viajando con calma
Mensajes instantáneos, información al minuto, fotos, vídeos y un largo etcétera de posibilidades. Todos los días pasamos horas delante de una pantalla (ya no nos importa el tamaño), recibiendo ráfagas fugaces. El ritmo es rápido, el impacto pasajero y sin calarnos demasiado. A priori esta velocidad suele ir ligada al trabajo, al estrés de la vida cotidiana, pero… ¿y cuándo estamos de vacaciones?, ¿realmente dejamos de lado ese estrés?
La oferta de posibilidades para relajarnos es enorme, pero sin darnos cuenta nos hemos fijado como objetivo exprimir al máximo nuestros días de vacaciones. Nadie nos lo ha impuesto, nosotros mismos en nuestra acelerada concepción de viajar, seguramente adquirida inconscientemente por lo que vivimos día a día, generamos el efecto contrario de lo que se supone son unos días de descanso.
Frente a esta manera de hacer turismo rápido y superficial nace en el año 1989 el movimiento slow travel. Su filosofía es clara: se trata de disfrutar lentamente del viaje, utilizando medios de transporte como el tren, la bicicleta o incluso caminando, y la idea persigue el claro objetivo de la integración con el entorno que estamos visitando.
El slow travel nació como un concepto derivado del movimiento slow food que surgió a finales de los 80 en la ciudad de Roma. Un crítico culinario italiano, Carlo Petrini, fue el impulsor de una manifestación que se llevó a cabo como negativa a la apertura de un nuevo McDonald’s, emblema del fast food, en la Plaza de España de Roma. Los manifestantes reivindicaban la importancia de conservar la gastronomía local frente a este nuevo modelo de alimentación que llegaba desde Estados Unidos. Esta corriente a favor de un estilo de vida saludable, manteniendo los valores locales, cuidando nuestros productos y tradiciones culturales, consiguió trascender a más aspectos de la sociedad propiciando la aparición de esta nueva manera de viajar: el slow travel.
El movimiento slow va más allá de quedarse en un manifiesto puntual o en una filosofía de viajar. Las ciudades empiezan a querer ser slow cities. Para unirse a este club deben cumplir una serie de requisitos, que por supuesto, van en consonancia con los ideales que persigue el movimiento.
Son ciudades pequeñas, acondicionadas para la circulación en bicicleta. Los centros urbanos están vetados para el tráfico rodado. Insisten en el concepto de calidad de vida, sin estrés y con una clara conciencia por la naturaleza. Defienden la cultura y gastronomía de la zona y llevan a cabo actividades que favorezcan el desarrollo de la población local.
Adaptarse a estos requerimientos que exige la asociación, no solo mejora la convivencia de los habitantes del pueblo, sino que también es una forma de atraer a turistas que se identifiquen con esta manera de vivir, con esta pausada idea de viaje.
En el año 1999 la ciudad italiana de Orvieto fue la primera en declararse cittaslow, que es el nombre con el que bautizaron los italianos a las ciudades lentas. Actualmente Italia es el país que tiene catalogadas más slowcities con 73 ciudades seguido de Corea del Sur y Alemania con 12,Polonia con 10, etc. España ocupa el sexto puesto con Portugal (ambas con 6). Las ciudades lentas españolas son: Begur, Bigastro, Lekeitio, Mungia, Pals y Rubielos de Mora.
Esta predisposición de algunos pueblos o ciudades a atraer un tipo de turistas mucho más serenos, dispuestos a quedarse varios días alojados (con el beneficio que ello supone), es un ejemplo a seguir y un modelo de gestión muy acertado. La masificación de destinos y conductas poco responsables con el medio ambiente y la cultura local deben ir desapareciendo.
Una vez definida la filosofía slow cabe volver a preguntarnos si nuestras vacaciones son realmente un periodo de descanso y aprendizaje, o las hemos convertido en una extensión de nuestro día a día.
A este paso yo lo tengo claro. Siempre slow.
Imagen: Cittaslow